De niña se comportaba con una dulzura… Era la adoración de su padre y de toda la familia. Un primor. Su primer vestidito se lo regalaron sus padrinos, ¡qué recuerdos!, era azul con amarillo y rojo, de Blancas Nieves. No es muy agraciada; pero, por suerte se parece a mí y no a su padre. Sus ojos son unas candelas; no, su mirada, la forma en que inclinaba la cabecita y lanzaba su magia, te prendía de ella y entonces ya no tenías remedio: todos caímos redonditos.
Luego vinieron los bailes. Cuando tenía cinco añitos, su padre le regaló un disco de Shakira, y no paraba de bailar la de “Waka Waka”, esa que estuvo de moda en un mundial. La gente admiraba su gracia y la forma en que imitaba a la cantante. Nos dejaba con la boca abierta y le seguíamos el ritmo con las palmas. Recuerdo que con mi comadre ingenié la forma de sacar unos centavos después de las “exhibiciones”. “Es para comprarle más vestiditos, es que mi princesita no deja de crecer”, los convencía.
A los doce, mi nena era indiscutiblemente el alma de las fiestas. No solo imitaba a Shakira en el baile sino en la cantada. Hizo que su papá le comprara ropa como la de los vídeos de su ídolo. Tres años después me enteré por mi comadre que se presentaba en fiestas y que le pagaban. Por el ejercicio y el maquillaje parecía una jovencita de dieciocho. Mis preocupaciones vinieron cuando comenzó a ser más atrevida en su vestir.
Mi segunda pareja, me decía que la dejara en paz, “es peor si la atosigas, los jóvenes de hoy son diferentes, más libres que nosotros los viejos ─aun con el guiño de ojo, me ofendía─ no los entendemos”. Yo solo pensaba en mi chiquita.
Ella al principio rechazó la idea de que me juntara con otro hombre, pero no podía dejar pasar a Jeremy, un hombre apuesto, trabajador, joven, más que yo y, sobre todo, que se haya fijado en mí. Y mire, el tiempo me dio la razón, ahora se llevan de maravilla. A veces me encelo ─pero él me calma con regalitos y salidas al cine─. Cuando Naye estaba en casa, se encerraban en su recámara y se la pasaban horas platicando, haciendo planes, según decía él. A mí, lo único que me importaba era que me cumpliera y me diera para el gasto. Mi comadre decía que Naye también debía cooperar con los gastos, que nada es gratis. Si eso mismo decía yo, pues.
Nunca le había contado todo esto a nadie, pero creo que usted es una persona que entenderá y valorará lo que le platico.
Ahora que veo cómo ha ido esta historia, la verdad no me sorprende en lo que se convirtió mi Naye. De jovencita yo era parecida… Hasta que nació ella; claro, mi hombre me respondió bien: nos casamos, estuvimos juntos diez años, soporté sus groserías y maltratos para que no se fuera, hasta que se fue. Luego llegó Jeremy; que, aunque me da para el gasto y me hace sentir joven, sé ─desde el primer día lo supe─ que también es un hijo de la fregada, como todos.
Tampoco me sorprende lo que me dice, maestra, Naye no es tonta, pero es imposible que pueda con la escuela. No logro entender por qué no la ha abandonado. Creí que su inteligencia le decía que algún día el colegio le podría servir, pero no, ya verá usted… Su trabajo le da más de lo que puede gastar, créame. Fíjese que una vez le propuse que nos mudáramos de casa y me puso una cara que mejor me quedé callada. ¡Ay, mi nena, me duele! Algo le gustará de esta peligrosa colonia, pensé. Lo único que me quedó claro fue que ya no era mi niña linda. Cambió terriblemente, me dije en ese entonces.
Un día llegué temprano a casa. Algo ─un mal presentimiento─, me inquietaba desde hacía tiempo; ya ve, eso del sexto sentido de las mujeres y más si se trata de la hija… Entré con cuidado, la casa en total silencio, en su recámara una luz tenue y la puerta entreabierta. Imaginé lo peor. Recuerdo que me tragué un grito de angustia. Las piernas me pesaban como si trajera una bola de hierro. Iba dispuesta a tirar la puerta, pero mis puños apretados de indignación y el corazón que se me salía del pecho se sometieron a aquel silencio tan pesado que se incrustaba en mis hombros y me impedía gritar como la loca más loca… ¿y si solo estaba dormida? Un escalofrío me recorrió el alma, por Dios santo que así fue. Despacito me asomé y los vi sobre la cama. El mundo se me vino encima, se lo juro. ¡Mi nena, mi princesita! La sangre se me trepó a la cabeza y estalló mil veces, lo juro. Pero no, tenían un montón de billetes alrededor, los contaban. Es mucho dinero, me alarmé. Me quedé muda, sorda, cuadripléjica y estúpida. Salí, así como entré: envuelta en el silencio. Anduve vagando por la colonia, no sé cuánto tiempo ─allí va la madre de la Waka Waka, escuché, repetidas veces─. Cuando regresé, el silencio, ahora ligero, me permitía respirar. No estaban. Pensé en abrir su puerta, pero no me atreví.
Durante semanas me persiguió la sensación de que Naye andaba en malos pasos, pero de inmediato aparecía la imagen de los billetes y entonces mi mente recorría la casa en busca de los posibles escondites. Sabía que eran pensamientos oscuros y, aunque me rebelaba a ellos, no podía impedirlos. “Es un pecado, Amparo”, me recriminaba. Pero luego, la angustia desapareció y mi mente quedó estancada de forma definitiva en “la búsqueda del tesoro” ─bromeaba conmigo misma para aligerar mis pensamientos─. Ponía excusas para no ir a vender a mi puesto del mercado y quedarme en casa. Ella salía temprano, que dizque a la escuela y al rato él desaparecía; en la noche regresaban tarde, de martes a sábado de madrugada. Tuve mucho tiempo para buscar, hasta que un día se me ocurrió traer a un cerrajero, pero ─maldita mi suerte─, no encontré nada. Y, no me crea, pero eso me tranquilizó. Como si me hubiesen quitado la serpiente de la tentación.
Entonces se me ocurrió seguirlos. Ella, efectivamente, tarde, pero se viene acá a la escuela, maestra. No puedo asegurar que entre a clases, pero sí cruza la entrada. Luego se encuentra con Jeremy y se dirigen a un viejo edificio de oficinas por el rumbo de la merced. Cuando llegan hay una larga fila de muchachos. Antes de ingresar, les piden a los chaparros y enclenques que se retiren. Nos les dicen más. Los restantes, pagan una cuota y entran en grupos de cinco. Dejan mochilas, celulares y vacían sus bolsillos; se quedan en playera y pantalón. Por último, les informan que alguien los contactará. Es todo. Seguí a algunos muchachos en la salida y por sus pláticas me enteré de esto. Una especie de reclutamiento, adiviné, pero para qué. Usted que convive con muchos jóvenes sabe que tienen tantas necesidades y que hay tan pocas oportunidades… que hay que tomarlas sin pensarselo demasiado.
Los fines de semana, por las noches, recogen a otras muchachas y se presentan en fiestas privadas. Ella es el principal espectáculo.
Mientras más me enteraba de sus vidas, la idea de que ella era mi hija sacudía mis entrañas hasta lo más profundo. Sin embargo, no sacaba de mi mente los montones de billetes sobre la cama, mi imaginación añadió a ellos desnudos. Alucinaba.
Anoche los esperé. Estaba decidida a desenmascararlos. No se sorprendieron al verme. Les dije que lo sabía todo, que seguramente eran amantes y que andaban en negocios chuecos. Se miraron y rieron a carcajadas, hasta las lágrimas les salieron. Me sentí humillada, pero sobre todo la mamá más estúpida del mundo. Naye le hizo una seña y, mientras se fue a preparar café, él me dijo: mira, Amparo, escúchame bien, te lo diré de la forma más sencilla. Solo necesitas saber dos cosas: se gana mucho dinero y todos los negocios que tenemos se resumen a una sola idea: reclutar chavos dispuestos a dejar sus inútiles vidas y a hacer todo, absolutamente todo lo que se les indique a cambio de mucho dinero, el que jamás han visto en sus míseras vidas… Por esto nos pagan muy bien y queremos crecer, así que… No supe qué decir, estaba confundida. Volvieron a reír y cuando se cansaron, me miraron esperando mi respuesta. Es peor de lo que imaginé, dije o pensé, ya no sé… pero…
Maestra, se preguntará por qué le cuento esta historia. Usted conoce a cantidad de muchachos… Se lo diré de la manera más sencilla. Escúcheme bien… solo necesita saber dos cosas… hay mucho dinero… esto se trata de reclutamiento.
Ahora vamos por todo
Y te acompaña la suerte
Tsamina mina zangalewa
Porque esto es África
Tsamina mina, eh eh
Waka waka, eh eh
Tsamina mina zangalewa
Porque esto es África



