Han pasado dos semanas, es imposible que él piense que estoy disgustada, angustiada o aterrada, no imagina nada y evito darle motivos. Quizá sigue sin descubrir que lo estoy evadiendo, que ya no escucho cuando me habla. No hay sorpresas más terribles que las recibidas de las personas amadas. ¿Quién puede estar preparado? El amor nos vuelve inútiles, como los vestidos y las medias, como las zapatillas y la dependencia económica.
Fran es un buen amante, más de lo que alcanza mi imaginación y ahora, más de lo que quisiera… Es tierno, considerado y complaciente, ¡vaya que lo es! No es el dinero lo que me mantiene atada a él, por más que, sí, no lo niego, sea un generoso proveedor. Puedo prescindir de los lujos, de los viajes y de las comodidades que tenemos en casa, incluso de la casa de verano. Nada de eso me importa. Pero no sé. Es imposible pensar con claridad en estos momentos. Sigo confundida… Sí, lo quiero, lo quiero mucho y también lo necesito, pero…
Intenté persuadirlo de que no comprara esta casa de verano; sin embargo, gracias a Dios y a su buen juicio, no me escuchó. Podría quedarme aquí un mes más, pero se me agotan las excusas para no regresar a casa y para no mantener una larga llamada con él. Lo conozco, en cualquier día de estos lo tendré aquí y entonces, tendremos que enfrentar los hechos. No solo él, también yo.
Sé que el matrimonio se basa en el amor y el amor existe en las buenas, en las malas, en la salud, en la enfermedad. Pero, cómo decirlo, aunque no estamos casados, yo me comprometí con un hombre, él con una mujer; yo me mantengo en ese compromiso, él, creo que no. Y me parece que en este punto hay un engaño. Y quizá, más que engaño hay dolor. Eso es: verlo así me duele hasta el alma. Como si su imagen, su hombría, la determinación y fortaleza con que afronta los problemas de sus negocios ─que han sido muchos─ y de nuestra relación ─que han sido más─, se hubiesen derrumbado. Fran es un hombre que no le teme a nada, es arrojado y temerario… y ahora… ahora no podría verlo a los ojos porque irremediablemente se me revelaría asfixiándose en mis pantaletas rosas traslucidas y tratando de mantener el equilibrio con las zapatillas, mientras puja para enfundarse un vestido ─un vestido mío─. No. No podría verlo nunca más. Ese no es Fran.
Me sirvió mucho hablar con mi amiga Conchita, creo que me ayudó a tranquilizarme. A ver amiga, te pregunto, ¿Qué problema existe en que le guste vestirse con tu ropa? Si acaso que la maltrate. ¿Eso lo hace menos hombre? ¿O crees que dejará de quererte?
Por supuesto que quedan muchas preguntas, amiga, pero hay que afrontar que la vida ha cambiado; pero, ¿hay algo más que el gusto por vestirse de mujer?, ¿le gustan los hombres?, ¿ya no te quiere?, ¿tiene amoríos con otros hombres…? O tú ¿qué piensas?
Cada vez estaba más confundida. Quizá el problema sea yo, pensaba hasta hoy en la mañana. Tiene razón Conchita: la opinión en estos casos se basa en nuestros miedos. ¿A qué le tengo miedo…?, bueno, miedo no exactamente, vergüenza, vergüenza de ir por la calle tomados ─o tomadas─ de la mano o asistir a una reunión con nuestros amigos y nos vean llegar como un par de mujercitas para luego descubrir que es Fran. Me moriría de vergüenza. Es demasiado para mí. Por supuesto, peor sería si le gustaran los hombres. Pero lo que sucedió por la tarde, con la visita de esa mujer se me reveló todo…
Recibí un mensaje anónimo diciendo que me visitaría una mujer. Será él; no cabe duda, me quiere poner a prueba. Lo que me había figurado y lo que dedujimos mi amiga Conchita y yo se desmoronó por completo. Lo quiero mucho y no quiero perderlo, fue lo único que pensé en cuanto leí el mensaje. En mi mente aun no, pero en mi corazón ya lo había perdonado. Lo abrazaría y lo besaría, aunque estuviera vestido de mujer ─recé para que no se presentara así, por supuesto─ Le diría que nada me importa más que nuestra felicidad. Y que fuera de eso, ya veríamos cómo solucionarlo.
Abrí la puerta: la vista de una mujer de buen porte me hizo flaquear. Busqué algún rasgo de Fran. Sonrió, esos no son sus dientes, deduje. Ante mi mudez, ella estiro su enjoyada mano, la estreché. Me hice a un lado para que pasara. Le ofrecí café, agua, un refresco. Negó. La observé segura en la situación e hizo que me sentara y me tranquilizara. Fue directo al punto…
Solo quiero que sepa que Fran y yo tenemos una relación estable ─en ese momento la que necesitaba agua era yo─. Es un hombre muy especial, comprensivo, amoroso y mucho muy responsable. No hay nada que pueda reprocharle: un hombre excelente hasta en la cama ─lo sé, idiota─. Nos queremos. Hemos pasado por muchas cosas, incluso sus “síntomas”, dice él: su gusto por vestirse de mujer ─está loca─. Le dan por temporadas, cuando se siente presionado, cuando cree que ya no puede más. La primera vez que se sintió agobiado encontró a otra mujer, la visité, como ahora con usted y, aunque resultó oneroso, lo entendió ─siento que me voy a desmayar─; la última, la encontró a usted. Yo siempre lo perdono ─¿y por qué lo perdonas, tarada?─ He aprendido a mantenerlo cerca, a no despegarme de él, como si fuese un niño que necesitara a su mami. No sé usted, pero yo no pienso dejarlo, pase lo que pase…
Debí venir hace mucho tiempo para explicarle lo de sus “síntomas”, pero me aseguró que usted sería la última, que la necesitaba. Le juro que no estuve de acuerdo, pero me rendí, ya sabe cómo es él de convincente cuando quiere algo ─cabrón, desgraciado─, me juró que solo seríamos dos y yo le creí. Ayer se comunicó conmigo y lo escuché extraño. Probablemente ya encontró a otra. No sé por qué es así. Lo he reflexionado mucho y lo único que puedo exigirle es que se atenga a nuestro acuerdo: solo dos mujeres.
Vine porque creo que es tiempo de que le quede claro cómo está la situación. Solo le suplico que me responda dos cosas, la primera: ¿Ha visto algún síntoma en él, como… deseos de maquillarse o vestirse de mujer o algún otro síntoma…? Y la otra, ¿le gusta esta casa de campo…?
No contesté nada, me limité a acompañarla a la puerta. Juré por lo más sagrado de mi vida que el siguiente “síntoma” que tendrá Fran será una impotencia semejante a la de un eunuco. Y sí, ¿para qué negarlo?, me gusta mucho la casa de campo.