Una tarea nocturna
mi ser de niña hizo indispensable:
esperar a mi padre, habitual trasnochador,
para calentar su leche en un pocillo
que algún vendedor
dejó en nuestra puerta
cuando comenzaba a venderse el aluminio.
Le acompañaba a “beber” leche y él remojaba su pan
siempre en silencio.
Sin reproches ni sonrisas,
sin esa calidez que yo misma padezco.
Ahora, cuando necesita más calor,
no encuentro el pocillo,
me digo que no conduce bien el calor.
Ahora, detesto el aluminio.



