Tender puentes: Hannah Arendt y el reto de reconciliar generaciones

En su ensayo La crisis de la educación, incluido en Between Past and Future, Hannah Arendt advirtió que la verdadera misión de la educación no es moldear a los jóvenes según las necesidades del presente, sino introducirlos en un mundo que existía antes de ellos. Para la filósofa, el papel del adulto no es simplemente acompañar: es asumir la responsabilidad de presentarles la herencia cultural, política y ética que sostendrá sus futuros pasos.

Cuando esta transmisión falla —porque los adultos se rehúsan a ocupar ese lugar de puente entre el pasado y el porvenir— dejamos a los jóvenes librados a su suerte: sin raíces que los anclen ni alas que los impulsen. En ese vacío, las nuevas generaciones buscan construir sentido en soledad, a menudo en espacios digitales donde la conexión es amplia, pero también fugaz y superficial.

Arendt no reclamaba una autoridad autoritaria, sino una autoridad construida sobre la coherencia y la responsabilidad: la capacidad del adulto de decir “este es nuestro mundo” y prepararlo para que los jóvenes lo renueven. Lo contrario —señalaba— es el abandono: delegarles a ellos la tarea de encontrar sentido en un mundo que les entregamos a medias.

Adultos a la defensiva, jóvenes en fuga

“Este mundo… no estamos en casa de forma muy segura. Haz lo mejor que puedas; no tienes derecho a exigirnos cuentas. Somos inocentes, nos lavamos las manos contigo”. Con esta frase, Arendt retrata el sentir de una generación adulta que se sabe superada por un mundo líquido, cambiante e inestable. En esa desafección surge la fractura: los adultos miran con recelo lo digital, lo joven y lo diferente, mientras que los jóvenes descartan a sus mayores como obsoletos, incapaces de ofrecer respuestas a desafíos inéditos como el cambio climático, la salud mental o la precarización laboral.

¿Cómo empezar a tender puentes?

Arendt no ofrece una receta simple, pero sus ideas nos dan pistas para reconstruir el diálogo:

  • Recuperar el sentido de la autoridad como responsabilidad. La autoridad, decía Arendt, no es dominio: es compromiso. Significa presentarse ante los jóvenes como alguien que cuida el mundo y que está dispuesto a entregarlo mejorado. No se trata de “decirles qué hacer”, sino de vivir de acuerdo con lo que predicamos.

  • Reconocer el valor de lo nuevo. Arendt acuñó el concepto de natalidad para hablar de la capacidad humana de iniciar algo nuevo. Cada generación trae una chispa de renovación; escuchar sus propuestas en vez de descalificarlas como ingenuas puede ser el primer paso para reconstruir la confianza.

  • Crear espacios de encuentro real entre generaciones. Talleres, programas de mentoría inversa, proyectos comunitarios o incluso simples conversaciones familiares pueden funcionar como laboratorios donde jóvenes reciben el legado del pasado mientras los adultos aprenden a mirar el presente con ojos frescos.

  • Educar para el mundo, no solo para el mercado. Arendt rechazaba la educación reducida a la empleabilidad. Quería una educación que forme ciudadanos capaces de pensar críticamente y actuar en el espacio público. Un modelo así puede convertir los encuentros intergeneracionales en algo más profundo que un intercambio de destrezas: en una apuesta por reconstruir comunidad.

El verdadero acto de resistencia

Arendt nos deja una advertencia y una invitación: sin una autoridad educadora responsable, sin transmisión cultural y sin escucha, podría desaparecer la posibilidad de un diálogo genuino entre generaciones. Pero si adultos y jóvenes nos reconocemos como parte de una continuidad viva, podemos rescatar el sentido de comunidad que tanto necesitamos.

Si los adultos asumimos nuestro rol como guardianes y narradores del mundo —y si los jóvenes encuentran en nosotros aliados en lugar de jueces—, tal vez podamos dejar de cavar trincheras y empezar a tender puentes.

En una época líquida, como diría Bauman, el verdadero acto de resistencia quizá sea este: detenernos a encontrarnos, a enseñarnos mutuamente, a construir juntos un mundo habitable.

Comparte:

Más:

Serum, cero arrugas (Filtro Glow-up)

Era como cualquier reunión: recibían el pésame con una sonrisa, con la mano firme. Ninguno de ellos se acercó al féretro, ahí lo veía cerrado, sin compañía. Ni una lágrima durante la misa.

La casa sacrificada

Todo empezó cuando Tati llegó a pedirme que aceptara “la visita” del espíritu del gran tlatoani…

LA REINA

No quieres levantarte, sabes que este día es especial y tú estarás sola contigo.

Inscríbete a nuestro boletín