Cuando el cuerpo cambia, también lo hace nuestra identidad
Nombrar la pérdida
La tanatología estudia el duelo, pero no solo cuando muere alguien, sino también cuando perdemos algo valioso en la vida. Entre esas pérdidas está la juventud y la fuerza física. Muchas veces no se habla de este duelo porque “todos envejecemos”, pero para quien lo vive puede ser un golpe duro: ya no reconocerse en el espejo, cansarse más rápido o sentir que los demás lo ven “menos útil”.
Perder la juventud es más que perder músculo: es perder una imagen de uno mismo. Y esa herida merece ser reconocida.
El cuerpo cambia, la mente lo resiente
Con el tiempo aparecen transformaciones naturales: menos resistencia, más dolores, cambios en la piel o el cabello. Estos ajustes físicos afectan la autoestima y pueden traer tristeza o frustración.
La cultura actual, que idolatra lo joven y lo productivo, agrava el malestar: parece que envejecer es perder valor. Pero en realidad, lo que cambia es la forma en que nos relacionamos con el mundo.
En tanatología decimos que no solo se pierde fuerza, también se pierde un yo anterior. Y como todo duelo, eso requiere tiempo y acompañamiento.
¿Cuándo preocuparse?
Es normal sentir nostalgia o enojo por los cambios del cuerpo. Pero si la tristeza se vuelve muy intensa y no permite disfrutar la vida, si hay aislamiento, apatía o desesperanza, es importante buscar ayuda psicológica o médica. El duelo se procesa mejor acompañado.
Caminos para enfrentar la pérdida
No existe una receta única, pero hay recursos sencillos y efectivos:
-
Aceptar y poner en palabras. Reconocer: “mi cuerpo ya no es el de antes, y me duele”. Nombrar la pérdida la valida y evita cargarla en silencio.
-
Hacer un inventario personal. Anotar lo que ya no se puede hacer (correr igual de rápido, trasnochar sin consecuencias) y lo que sí (caminar, disfrutar una buena charla, enseñar a otros). El contraste ayuda a valorar lo que permanece.
-
Buscar sentido más allá del cuerpo. Muchas personas descubren que el valor no está en la apariencia ni en la fuerza, sino en la experiencia, en los vínculos o en nuevos proyectos. Esa es la esencia de las llamadas terapias de sentido: no negar la pérdida, sino construir otra manera de vivir con significado.
-
Rituales simbólicos. Escribir una carta de despedida al “yo joven” y otra de bienvenida al “yo actual” ayuda a cerrar un ciclo y abrir otro. Los rituales son una forma sencilla de sanar lo invisible.
-
Cuidar el cuerpo presente. Ejercicio moderado, alimentación adecuada y buen descanso son aliados no para “ser joven otra vez”, sino para disfrutar mejor la etapa actual. Incluso pequeños logros —subir escaleras sin cansarse, cargar una bolsa sin ayuda— refuerzan la autoestima.
-
Romper con el edadismo. No permitir que la sociedad dicte que el valor personal depende de la juventud. Cada edad tiene su belleza y su fuerza particular.
Una nueva mirada
Perder la juventud no es fracasar: es transicionar. La tarea tanatológica es reconstruir la historia personal: pasar de “mi valor era mi fuerza” a “mi valor está en lo que soy y en lo que sigo aportando”.
La vida no se apaga con los cambios del cuerpo, se transforma. El reto es contar una nueva historia de uno mismo, más amplia y profunda.
Para cerrar
Aceptar que la juventud se va no significa resignarse, sino abrir un nuevo capítulo. En tanatología, este duelo se entiende como una oportunidad para crecer: despedirse de un yo pasado y abrazar el presente con dignidad, cuidado y sentido.
Si este texto te dejó una pregunta incómoda, quizá sea la correcta: ¿de qué maneras sigo buscando validación en modelos de juventud que ya no me representan? Responderla con rigor y ternura—con palabra, ritual y práctica—es ya un acto tanatológico.