En la mitología, se cuenta la leyenda de Parténope, sirena hija de Terpsícore, que, al no poder seducir a Ulises, se arrojó al mar. Las olas llevaron su cuerpo hasta la costa donde se fundó la antigua ciudad que hoy llamamos Nápoles. Añadiré que, en los mitos antiguos, las sirenas a veces mueren cuando son ignoradas: al perder su poder, su existencia, que depende de ser oídas y deseadas, se desvanece.
Sorrentino construye un puente sutil entre esa belleza mítica y su nueva diva napolitana. Esta Venus contemporánea, hija del canto y del deseo, no puede resistirse nunca a la música, pues sobre ella ejerce un hechizo irresistible.
Tal embrujo alcanza también a los espectadores. Desde las primeras escenas, la voluptuosidad de la joven se funde con Exodus de Wojciech Kilar: un efecto tan inesperado como potente. ¿Y qué decir del Malambo No. 1, interpretado por Yma Sumac? La bella y nosotros, los habitantes de las butacas, somos arrastrados por su ritmo salvaje. Y luego, Era già tutto previsto, en la voz de Riccardo Cocciante: una melodía que comienza suave, tierna, pero que crece como un grito, para construir un desgarrador lamento al amor desesperado.
Parthenope es voluptuosidad: una explosión para los sentidos.
Pudo la Parthenope griega fallar en seducir a Ulises, pero su descendiente triunfa sobre cada uno de los espectadores. Resulta imposible dejar de ver a la ninfa; absurdo sería ignorar las paradisíacas tomas de Nápoles; inútil, no acompañar a la joven en el viaje de sus amores.
Entre ellos hubo el lógico primer amor de ese chico cercano, algún millonario, incluso un sacerdote. Esta última parte ha sido muy criticada por el sacrilegio que representa para parte del público. Personalmente diré: es la más cínica e irónica, y por eso, también la más divertida.
Y como en todo lo griego, hay mucho de siniestro: en la galería de diosas marchitas que intentan educar a la diva debutante. Pero mucho más de tragedia griega hay en el verdadero amor de Parthenope: el veneno que duerme en la proximidad del hombre prohibido para ella podría dar nombre a un nuevo complejo en la galería freudiana.
El destino final de la sirena es reinterpretado en esta versión. Donde antes la muerte fundó una ciudad, ahora fundirá a una mujer.
La película tiene mucho de Sorrentino: surrealismo, magia, opulencia y divinidad desbordante. Esa característica propia de los grandes directores italianos —de Rossellini a Fellini, de Visconti a Antonioni—: no embellecen la realidad, la subliman.
Como en toda obra de Sorrentino, Parthenope no busca dar respuestas, sino invocar preguntas esenciales entre el caos y la belleza. ¿Qué es el amor? ¿Qué sentido tiene la juventud? ¿Y qué ocurre cuando una sirena vuelve a surgir de las aguas para cautivarnos a través de la pantalla del amado séptimo arte?
