J’ai perdu mon corps

Una mano de poesía

La historia fragmentada… literalmente

Pocas veces una película logra mezclar de forma tan orgánica lo visceral y lo poético, la elipsis con el presente, la animación con las características más humanas, como lo hace J’ai perdu mon corps (Perdí mi cuerpo, 2019), dirigida por Jérémy Clapin.
Esta película de animación francesa —basada en la novela Happy Hand de Guillaume Laurant— propone un punto de vista inusual: el de una mano amputada que escapa de un laboratorio y atraviesa París en busca del cuerpo del que fue separada.

Esa extrañeza inicial es solo la puerta de entrada a una obra profundamente humana sobre el duelo, el deseo y la memoria.

La mano como protagonista

La mano que protagoniza Perdí mi cuerpo no es solo una extremidad separada del cuerpo; es una entidad viva que encarna una historia evolutiva y emocional.

Biología a flor de piel

La mano no solo busca volver a su cuerpo: también actúa por impulso, sobrevive, se defiende. Es una criatura herida pero vital.
Una escena especialmente cruda —y reveladora— ocurre cuando, al trepar por una cornisa, se enfrenta a una paloma que protege su nido. El ave ataca, picotea, resiste. La mano, sin rostro ni palabras, responde con pura necesidad: la mata.
Es un momento triste y brutal, donde la mano —sin mente— actúa como un animal.
Ese instante recuerda que, más allá del afecto o la memoria, el cuerpo también es biología: una máquina frágil que lucha por no caer al vacío.
La mano —símbolo de lo humano, de lo que construye— también puede destruir, si eso es lo único que le queda para seguir existiendo.

Poner la mano en el fuego

Cuando la mano lucha contra las ratas y se defiende con un encendedor, parece recordarse a sí misma:
“No soy lo mismo que un animal. Evolucioné. Puedo hacer fuego.”
¿Cuántas veces el fuego ha separado al ser humano de las bestias?

Elevarse sobre la ciudad

Pero la mano es más que instinto y supervivencia: cuando, pese al miedo, se aferra a un paraguas y logra elevarse sobre París, nos habla de algo más que biología, nos habla de aspiración. De la necesidad de lo alto.

Conoce a su dueño como la palma

En otra de sus odiseas, la mano se detiene a escuchar a un pianista. Ese sonido despierta la memoria de Naoufel, su dueño. La mano, poseedora de sus recuerdos, no solo anhela regresar: tiene una necesidad que no es únicamente física, sino también artística.

La mano que mece la cuna

Quizá el momento más conmovedor ocurre cuando la mano, con ternura, ayuda a dormir a un bebé.
Allí se revela una humanidad profunda, que va más allá de su condición mutilada.

Mano a mano con el destino

El recorrido de la mano representa un camino simbólico y evolutivo.
No es una caricatura grotesca —como en Dedos, su parodia live action— ni una extremidad desalmada como La nariz de Gógol.
Es símbolo del Ser: del que busca, del que resiste, del que recuerda.
Pero la paradoja persiste: la mosca que la acompaña es un recordatorio constante de que está muriendo.
Su lucha es física, pero también metafísica.

Naoufel y la ciudad invisible

El otro hilo narrativo sigue a Naoufel: un adolescente solitario, huérfano desde niño, atrapado entre trabajos precarios, la alienación urbana y una búsqueda interior que siempre parece fallida.
Tras enamorarse de Gabrielle, una joven bibliotecaria, su vida toma una dirección nueva: se traslada a trabajar como carpintero en el taller del tío moribundo de ella.
El joven —como su mano— está rodeado de muerte y sin necesidad de la mosca, acompañante de la mano, solo puede pensar en el duelo y en lo inevitable que es el final.

Lo animado parece lo más real

Aunque es una película animada, Perdí mi cuerpo tiene un tono sobrio, casi documental. Los colores apagados, la iluminación tenue y los encuadres íntimos la acercan más al cine de autor que al cine animado convencional.
Un dato interesante: fue realizada con Blender, el mismo software con el que se creó Flow, una de las obras más celebradas de animación independiente.

Con el corazón en la mano

La música, compuesta por Dan Levy, es la columna vertebral emocional de la película.
Musicaliza los sueños, los recuerdos, las emociones. Es la partitura perfecta para una tragedia platónica: dos almas gemelas separadas, que luchan por volver a tocarse.
Sonoriza la primera tragedia: la de la mano que perdió su cuerpo y acompaña a la segunda: la de Naoufel, que quiere volver a sentirse parte de algo: de un hogar, de una historia, de un cuerpo…

¿Puede una mano producir tantos aplausos?

Sí. Y lo hizo.
J’ai perdu mon corps fue una revelación. Ganó el Gran Premio en la Semana de la Crítica en Cannes, el César a Mejor Película Animada y fue nominada al Oscar en 2020.
También fue una de las primeras películas animadas francesas distribuidas mundialmente por Netflix, abriendo nuevas rutas para la animación independiente.

Una animación inolvidable

No es una película de aventuras, ni una fábula infantil, tampoco es una historia de superación.

Es una meditación sensible sobre el cuerpo y la pérdida, el azar y el deseo, la piel y la memoria.
Perdí mi cuerpo se queda adherida a la piel. Como una cicatriz, como un recuerdo entrañable.
Como una mano perdida que, al buscar su cuerpo, nos devuelve al nuestro.

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