Nos adentramos en un pasaje conocido del Evangelio de Lucas (Lc 9, 18-24) que nos invita a hacer una profunda reflexión sobre la identidad de Jesús y el verdadero significado que se encierra en el concepto de mesianismo. Este relato comienza de una manera muy interesante; Jesús no se dirige a Cesarea de Filipo con sus discípulos como en otro de los evangelios, sino que nos introduce en un lugar de oración y soledad, un espacio donde la meditación y el silencio pueden prevalecer. Este contexto es crucial porque permite que la pregunta que Jesús plantea resuene con mayor intensidad: “¿Quién dice la gente que soy yo?”. Este cuestionamiento no solo abre un espacio para entender cómo la gente percibe a Jesús, sino también para profundizar en la introspección sobre cómo Él se mira a sí mismo y cuál es su misión.
Los discípulos, en su intento de responder a esta pregunta tan fundamental, aluden a diversas opiniones que circulan entre la gente, mencionando que algunos creen que Él es Juan el Bautista, o Elías, una figura que, como bien sabemos, posee un significado especial y profético en la tradición judía. Además, también surgen rumores que posicionan a Jesús como uno de los profetas resucitados, lo que habla de la reverencia y el impacto que su ministerio ha tenido en la población. Sin embargo, es Pedro quien, con valentía y claridad, da un paso al frente y se atreve a afirmar: “Tú eres el Mesías de Dios”. Este acto de reconocimiento por parte de Pedro es profundamente significativo, ya que se relaciona estrechamente con la tradición judía que anhelaba un libertador, un ungido que les libraría de la opresión que sufrían a manos del dominio romano.
El concepto de Mesías, que tiene sus raíces en el hebreo y el arameo, significa “el ungido”. Para los judíos de aquella época, la figura del Mesías estaba asociada principalmente a un liberador político a la manera de Ciro, el rey persa, que liberó a los judíos del exilio babilonio, alguien que restauraría la gloria de Israel y lo liberaría de la ocupación romana que tanto sufrimiento había causado. Sin embargo, Jesús tiene una visión completamente distinta de lo que significa ser el Mesías. En lugar de ser un libertador que confía en el poder y la violencia para producir un cambio, Él nos invita a seguir un camino de liberación basado en el amor, la paz, y la donación. En esta invitación se encuentra la esencia del cristianismo, que es una espiritualidad de entrega y de esperanza.
Jesús, con gran sabiduría, ya había anticipado que la idea de un Mesías político podría llevar a múltiples confusiones entre sus seguidores. Por esta razón, les pide a sus discípulos que no divulguen esta identificación de manera prematura. Él comprende que este tipo de mesianismo que la gente anhela no es el que realmente la humanidad necesita. A lo largo de la historia, podemos ver cómo ha existido un patrón de decepciones en líderes, caudillos y políticos que prometieron cambios significativos, pero que en la práctica terminaron generando más división y sufrimiento en lugar de la paz que tanto se deseaba.
El verdadero cambio, según el mensaje de Jesús, no se produce a través de la opresión ni de la violencia, sino a través de la entrega desinteresada y del servicio genuino a los demás. Nos desafía a volvernos hacia la cruz, un símbolo que no debe ser visto como un emblema de sufrimiento, sino como un poderoso llamado a la entrega y al amor verdadero. Esta cruz representa la capacidad de negarnos a nosotros mismos, no sin dolor, de poner las necesidades y el bienestar de los otros por encima de nuestras propias prioridades.
Es importante destacar que el cristianismo no debe ser percibido como una religión de resignación pasiva, sino como una llamada a la valentía y a la acción transformadora. Se trata de levantarnos firmemente contra la corriente de la violencia y la deshumanización, y de reconocer y respetar la dignidad de cada ser humano. La entrega y el respeto hacia los demás son, de hecho, lo que realmente puede transformar no solo nuestras vidas individuales, sino nuestro mundo en su totalidad. A través del amor y la generosidad, tenemos la capacidad de construir relaciones significativas y de crear una sociedad más justa y solidaria.
Es fundamental que estemos dispuestos a asumir este reto trascendental. Si optamos por la soberbia, el deseo de controlar o someter a los demás, terminaremos por dañar a las personas que más amamos y que son importantes en nuestras vidas. Sin embargo, si elegimos el camino de la generosidad, la humildad y el servicio incondicional, veremos cómo nuestras interacciones y relaciones se transforman de maneras extraordinarias y profundamente positivas. Eso duele pero nos libera.
En conclusión, es crucial recordar que la cruz de Cristo no es un símbolo de sufrimiento por el sufrimiento mismo, sino, más bien, un signo de victoria. Es el camino que Dios nos ofrece para cambiar no solo nuestras propias vidas, sino también el mundo que nos rodea. Así que, te invito sinceramente a reflexionar sobre qué significa seguir a Jesús, el verdadero Mesías, y cómo podemos aplicar su poderoso mensaje de amor, entrega y servicio en nuestra vida diaria. Este es el llamado que nos insta a ser agentes de cambio en un mundo que, sin duda, tanto lo necesita para alcanzar un futuro mejor.