Buen chico

Buen chico

Mi preocupación lo superó todo. ¡Ver a Pelusa con el hocico rojo! Primero, el alivio al cerciorarme de que no estaba herido; después, el horror al descubrir qué masticaba, como si fuera su juguete favorito… un dedo humano.

Intenté quitárselo de las fauces, pero, para aumentar mi desesperación, masticó más rápido mientras corría. ¡No quería ni pensar lo que sucedería si salía de la casa!

Lo perseguí con angustia por todas las habitaciones hasta que llegó a su cama… donde me encontré con la mano incompleta, roída.

Respiré hondo. Tenía que conservar la calma. Le ofrecí una galleta, y Pelusa soltó el objeto incriminatorio. Mientras le limpiaba la cara y lo acariciaba, susurré:

—¡Buen chico!

Buen chico… seguí diciéndole, asegurándome de que se quedara fuera del sótano.

Buen chico… repetí, entrelazando las palabras con mis pensamientos: no olvidar poner la llave. Los malteses son curiosos.

¡Buen chico! repetí una vez más, mientras devolvía la mano al cadáver.