El Mega Marvin: dentro del instrumento más inquietante del cine de terror

En medio de la oscuridad que favorece el despertar de nuestros temores, un sonido parece surgir de nuestra psique, creciendo poco a poco hasta que el miedo se instala por completo.
Ese ruido, ese crepitar que recuerda al chillido de un violín, pero que, en medio del desasosiego, también suena como un aullido espectral… no proviene, en realidad, de un violín ni de un sintetizador.
Nos encontramos frente al Mega Marvin, uno de los instrumentos más inquietantes que existen.

Un monstruo sonoro

El Mega Marvin nació en el taller de Adam Morford, fundador de Morfbeats, una compañía dedicada a fabricar instrumentos no convencionales. Pero más que un instrumento, el Mega Marvin parece una criatura forjada con restos de maquinaria: una campana metálica gigante —en su versión Ultra Mega Marvin puede medir más de un metro de diámetro— a la que se le han soldado resortes de camiones y motocicletas.
De esa combinación entre artefacto y accidente industrial surge un objeto que parece sacado de una película de ciencia ficción retro.

Su construcción es casi primitiva. Morford martilla planchas de acero, las moldea a mano y suelda cada resorte en el punto exacto donde el metal promete resonar. Nada de software, nada de reverberación digital: solo hierro, fuerza y oído.
“Queríamos un instrumento que se sostuviera por sí mismo”, dice el creador. Y vaya si lo hace.

El eco del infierno

Describir el sonido del Mega Marvin es tarea imposible. Hay quienes lo llaman la campana de vaca del infierno; otros dicen que suena como si un monstruo mecánico respirara bajo el suelo. Su tono es profundo, chirriante, resonante, lamentoso, con una textura tan física que parece viciar el aire.

No es casual que el cine de terror lo haya adoptado como un aliado natural. Su presencia se deja sentir en bandas sonoras como la de Alan Wake 2, donde su rugido metálico añade un peso sobrenatural a la tensión.
En manos de un compositor, el Mega Marvin no solo produce sonidos: genera atmósferas, construye ansiedad, alerta al cuerpo de que algo terrible está a punto de suceder.

 

Entre el ruido y la música

Aunque su destino inicial fue el cine de terror, el Mega Marvin también ha encontrado refugio en la música experimental y el arte sonoro.
(Sí, ya hemos hablado en algún artículo anterior sobre el arte contemporáneo y los ecos tortuosos que lo construyen).
Su versatilidad —puede golpearse, frotarse, rasparse o hacer vibrar sus resortes con arco— permite crear un universo de texturas que van desde un zumbido hipnótico apenas perceptible hasta una tormenta metálica de dimensiones apocalípticas.

Morfbeats fabrica versiones para todos los niveles de locura sonora: desde el Micro Marvin, una versión portátil que cabe en un estudio pequeño, hasta el Ultra Mega Marvin, una mole capaz de sacudir una sala entera con un solo golpe.

El retorno del sonido físico

En tiempos dominados por los sintetizadores y las bibliotecas digitales, el Mega Marvin es un recordatorio de que el sonido también puede ser materia viva.
Que el miedo no necesita plugins, sino un medio para vibrar. ¿Y qué mejor medio que el espectador?

La parte más terrorífica del ruidoso artefacto es su imprevisibilidad. Es un instrumento que se comporta como una bestia: nunca suena igual dos veces. Cada golpe es una conversación entre el metal, el aire y nuestras pesadillas más profundas.

Así que la próxima vez que estés en el cine, en medio de la oscuridad, detrás de una sombra amenazante y justo antes de que empiece el grito o la persecución, escucha con atención.
Ese sonido alarmante podría provenir del Mega Marvin, que nos enseña que el terror también canta.

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