“ESCRIBO PARA SABER. NO ESCRIBO DE LO QUE SÉ”: CRISTINA RIVERA GARZA

Admito que me resistía a leerla a causa de mis prejuicios. Suelo desconfiar de los escritores muy publicitados. Yo estaba equivocada. Cristina Rivera Garza produce una escritura transgresora, que abreva de la historia lo mismo que de los géneros literarios y crea nuestro mito presente. Un mito auto cuestionado. La lectura de su obra resulta maravillosa, interrogante y picosa. Ella es transfronteriza entre Tamaulipas y Texas. Igual que la texana Gloria Anzaldúa (1942-2004), Cristina es transcultural y quizá por eso, la manera en la que escribe y crea textos transgénero me resulta súper atractiva. Su materia prima es la realidad íntima, se aproxima a ésta con una mirada materialista (de la teoría marxista del materialismo histórico), y desde el otro lado, se acerca con la ficción y la imaginación que la habitan. Además, Rivera Garza tiene algo de niña lunática que imprime genialidad a su narrativa. Me recuerda a Rosario Castellanos, quien en un verso se tragó un meteorito.

Cristina Rivera Garza (1964, Heroica Matamoros, Tamaulipas, México) es la escritora mexicana más reconocida del siglo XXI por su interesantísima obra. Tanto por los temas que aborda de manera crítica, como por su modo de escribir, tan docta y tan de la calle al mismo tiempo, se ha convertido rápidamente en una escritora popular y querida. Poeta, traductora, cuentista, novelista, profesora universitaria y crítica de la literatura hegemónica. Sus libros más recientes son Grieving, Dispatches, from a Wounded Country (The Feminist Press, 2020; traducido por Sarah Booker, finalista de NBCC Award), y El invencible verano de Liliana, Random House, 2021; Premio Xavier Villaurrutia 2021). Su primera novela, Nadie me verá llorar, fue publicada en 1999 por Tusquets. En 2020 obtuvo la MacArthur Fellowship. Es una profesora distinguida y fundadora del doctorado en Escritura Creativa en español de la Universidad de Houston. Merecedora del Pulitzer Prize for Memoir or autobiography.

Autobiografía del algodón, es mi libro favorito de esta autora. Un viaje por caminos peligrosos, por senderos de la memoria recién tejida y sobre todo, un júbilo ante la emergencia de una literatura sin etiqueta. A mis ojos una obra maestra de Rivera Garza. Publicado en 2020 por Literatura Random House, aborda con hilos poéticos y saltos de tiempo, temas etnohistóricos de interés universal. Trata del cultivo del algodón durante los años treintas cerca de la frontera entre México y Estados Unidos. La tenacidad de los humildes, el territorio fronterizo con Texas, dos familias de jornaleros y abuelos migrantes; Tamaulipas, Nuevo León, Estación Camarón, una huelga de miles de trabajadores. Una novela que habla también de otra novela, El luto humano del gran José Revueltas (1914-1976).

Primero se escucha el ruido de los cascos sobre el suelo arenoso. Luego, agazapada y tensa, la respiración. Un resuello. Un resoplido”.

La novela comienza con un joven obsedido en cabalgar entre mezquites y largas biznagas, entre culebrillas, gobernadoras y pencas de nopal. El desierto mexicano, donde floreció el algodón mexicano, un proyecto del cardenismo. El oro blanco. Pero de pronto, la huelga de Estación Camarón. De pronto, José Revueltas. De 20 años, enviado por el Partido Comunista de México a apoyar la huelga de los trabajadores del algodón en 1934, al Distrito de Riego Número 4, en Nuevo León, a donde dice Cristina que llegó José a caballo un 16 de marzo de 1934. Me está encantando escribir esta reseña. Ando feliz leyendo la novela. Tengo mi propio libro vaquero, escrito por una mujer tamaulipeca, descendiente de huachichiles que ahora es doctora y profesora de literatura en California. Aquí es que debo confesar algo, que José Revueltas es mi escritor preferido. Y no de ahora, sino de hace tiempo. Le considero el más insumiso y extremista pensador en el México del siglo XX. De tal suerte que al toparme con él en la primera página de esta magistral novela Autobiografía del algodón, simplemente quedé fascinada y pegada al libro por horas.

En una de sus presentaciones subidas al ciberespacio, Rivera Garza cuenta que el día que se enteró por el comentario de un amigo, que en el año de 1934 José Revueltas pasó algunos días en Estación Camarón (a propósito de una huelga en la que los abuelos de esta autora habían participado), la idea de su propia novela quedó completa y pudo comenzar a escribirla. Cristina la curiosa y original historiadora, que gusta de leer en los archivos, en los caminos, en la memoria, leer en el dolor y en la palabra, la evidencia de los hechos con los cuales descifrar al presente, de pronto tenía a la mano una obra maestra, inspirada nada menos que en la huelga de Estación Camarón. La novela, El luto humano, publicada en 1943, año en que esta obra maestra ganó un importante certamen literario en México, para luego quedar un poco en el olvido. Novela que tuvo un impacto silencioso en los escritores del continente. A mi juicio, no hay que buscar en William Faulkner sino en José Revueltas, la influencia que da personalidad a la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX.

Rivera Garza asume que la novela, El luto humano, está basada en la experiencia del propio escritor en Estación Camarón. Es cierto, este acontecimiento representó en la vida de Revueltas una bofetada de realidad mexicana (fue encarcelado por implicarse en la huelga) y luego le inspiró para escribir una novela. Ni siquiera había cumplido 30 años cuando la publicó. Pero El luto humano, como símbolo, trasciende Estación Camarón y se transfigura en una metáfora de México. Una metáfora de los derrotados de la Revolución Mexicana, los derrotados de la Reforma Agraria. Yo creo que por eso los huelguistas son también descritos como indiosen la trama. No porque el escritor asegurara o supiera que los trabajadores de Estación Camarón fuesen indios”. Más bien, esta es mi hipótesis, porque Revueltas significa con ello a todos los indios mexicanos, es decir, a los zapatistas, a los campesinos que en realidad no habían ganado la tierra ni la libertad por la que se levantaron en armas desde 1910. Revueltas fue un clarividente que a la edad de 20 años se percató del luto de unos indios mexicanos con ojos como piedras que no sabían que estaban muertos, que fueron asesinados en sus esperanzas de hacer una huelga y dirigir ellos sus vidas; que huían de la muerte pero iban hacia ella, que velaban a su muertita en un pueblo que murió primero. Es impactante también que José haya escrito esto en la misma época que la reforma agraria cardenista estaba en apogeo. Su obra fue boicoteada por la derecha y quizá con más fuerza por la izquierda mexicana. Creo que por eso los lectores distraídos no suelen leer a Revueltas, sin saber tampoco el maravilloso escritor que fue, lo consideran alguien del pasado. Claro, Rivera Garza sí que lo leyó y tuvo a bien poner a cabalgar al joven e incipiente escritor José Revueltas persiguiendo el ideal de una insurrección. Me encantó la manera en la que una novela recibe a la otra y cómo las dos novelas galopan un rato juntas. El respeto con el que Autobiografía del algodón trae a cuenta a El luto humano es conmovedor y pedagógico.

Y casi hasta el final de su novela, la autora intuye esta misma conclusión emanada de la lectura de El luto humano. La de que es la revolución la que está muerta, la de que el conflicto original sigue siendo la explotación, la precariedad de los trabajadores. En la página 288 de Autobiografía del algodón, dice: Cierta cosa guerrera. José. En efecto. Algo ahí, en el ritmo de trabajo y en el sonido mismo de la maquinaria traicionaba ya la narrativa de prosperidad y progreso, armonía y bonanza que desde Palacio Nacional, generaba el joven régimen revolucionario. Ya ahí, en el tableteo y el zumbido de los tractores, se notaba el encono social, el conflicto de clase y de visiones del mundo, que estaba por estallar no como el cerillo ajeno que prende la mecha, sino como algo estructural, orgánico al proceso de producción mismo”.

Rivera Garza concluye que este momento de la historia del algodón, durante la primera mitad del siglo XX, extiende sus consecuencias hasta nuestro presente. Hoy somos un país devastado por una guerra que pasa inadvertida para casi todos, menos para las víctimas. Un proceso que podemos llamar extractivismo. Una forma de economía que inevitablemente desemboca en la destrucción de la población civil con métodos de control tipo desapariciones forzadas y feminicidios. Básicamente el proceso capitalista de explotación de los territorios colonizados, que al desgastarse en su productividad agrícola (como se desgastó el algodón, luego el sorgo, luego los cultivos ilegales), al doblegar a la población con la marca de la frontera y por lo tanto con métodos violentos, se da paso en el presente a las formas más salvajes de la explotación de recursos como el fracking y las industrias tan ilícitas como prósperas. La guerra del narcotráfico es una consecuencia de la explotación de la tierra. Dice tajante la autora. En este sentido, su texto es también interesante al brindarnos una explicación histórica pero encarnada de por qué nuestra sociedad se desintegra y por qué esta economía es una economía de fosas clandestinas y huesos enterrados.

El viaje siempre empieza antes. La narración del viaje, del camino terregoso con huizaches. El viaje que es un acto político. El camino que da miedo atravesar. Rumbo a otra vida o a la desobediencia. Rumbo a una casa que no existe y de la que solo quedan dos álamos frondosos. Una búsqueda de huellas habitadas. Dice Rivera que Revueltas quería que El luto humano se llamara «Las huellas habitadas». Cristina sigue las huellas y su novela invita a leerla buscando esas pistas. Algo que me fascinó de mi lectura de Autobiografía del algodón, fue descubrir las señales de lo que la escritura le dice a la escritora en lo más íntimo. Suponer aquellas frases que la autora luego borró y nunca conoceremos sus lectoras, pero que ya iluminaron su camino y de las que algún signo se filtró.

La profesora universitaria recuerda en una entrevista, que dentro de Autobiografía del algodón, se había germinado una nueva novela, que comenzó a escribir en seguida y que le publicó Literatura Random House en 2021, bajo el título de El invencible verano de Liliana. Una de las fuentes más fecundas de lo que llaman arte es el dolor humano. No un dolor en abstracto, no el sufrimiento, sino un dolor que arde, que se interroga, un dolor histórico que busca explicaciones, las que solo pueden darse a partir de las palabras precisas, un dolor que reconoce la injusticia y a ella se rebela con su enorme fuerza de fuga: irrumpe la literatura. Fiódor Dostoievski, con su novela Memorias del subsuelo (1864), sería mi paradigma. Ahora también Cristina Rivera Garza.

Con la novela El invencible verano de Liliana, sus lectores enfrentamos una exposición a ese dolor. El más personal, intramuros, indescifrable, carente de palabras pero saturado de culpas: el dolor tras el feminicidio de su hermana, a manos de un ex novio envidioso e impune, ocurrido el año de 1990 en la Ciudad de México. El texto es una insurrección al sistema a través de su lenguaje recién nacido, creado de a pedacitos por las múltiples voces, entre ellas la voz de Liliana. Es la palabra florida que se abre camino contra el mandato de los géneros, para entender qué pasó y entenderse. Y también nos afianzamos, en tanto lectoras, como soberanas de nuestra vida y nuestro cuerpo. Es una novela efervescente, tristísima y amorosa. Está ya tejida desde la primera página, con otras experiencias de miles y miles de personas que luego asumen esta novela como estandarte de su propia vida. Como un ritual para sacudirse la vergüenza. La manera en la que está tejida, nos inflama con un grito que es desgarro y que es poesía, que nombra la conmoción que la violencia patriarcal causa en las personas. El invencible verano de Liliana es sobre todo, la práctica insolente y conmovedora de una escritura que edifica la reivindicación de una muchacha hermosa, que fue asesinada por el simple hecho de ser libre y desear su autonomía. Liliana Rivera Garza, su muerte ilumina nuestro sendero, hace consciencia al andar y el desgarro deviene en consigna: ¡Nos queremos vivas!

Leer a Cristina Rivera Garza, es como ir a salto de mata, galopando en las praderas de una narración que inserta a los seres pequeños en la trama social de intereses nacionales, políticos, incluso celestiales. El efecto de su lectura es de mareo ante la osadía del relato. Al primer asomo a su obra no entendí cómo pasó. Cómo es que la escritura iba tejiendo en direcciones opuestas con el mismo hilo. La fuerza de la contradicción, un ir y un venir a la vez, como sentir las olas a la orilla del mar. Fragmentos de discursos que nos revelan algo sobre nosotros mismos. Cristina es una viajera, alguien que no pretende sino contar un devenir geológico y compartir historias. Historias que ella no sabía que llevaba dentro y que al escribirlas se convirtieron en el agua que alivia la sed.

Comparte:

Más:

Esmeralda

Desde ese día dejamos de ser Rubí y Esmeralda. Tu ausencia no solo fue en mi nombre, también en cada celebración que cesó. La Navidad no existe y nuestro cumpleaños es una fecha de luto.

Noche sin luciérnagas

Salimos a buscar luciérnagas, en un intento de encender con su luz nuestros problemas. La noche nos miraba sin estrellas. Las palabras fueron oscuras, rápidas, hirientes como mosquitos. Las Leónidas

Inscríbete a nuestro boletín

COMUNIDAD

Tenemos charlas, dinámicas, lecturas, camaradería y mucho más. Todos relacionado al apasionante mundo de la letras