Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, el señorío mexica se encontraba en guerra en varias de sus fronteras. Una de las más difíciles estaba hacia el poniente, contra los tarascos o michoaques, “los de la tierra del pescado”. Este pueblo había fundado su señorío hacia el año 1300 y con el tiempo dominó una amplia región que abarcaba lo que hoy son Michoacán, Colima y el sur de Jalisco. Su capital definitiva fue Tzintzuntzan, donde el cazonci gobernaba a más de un millón de habitantes. Famosos por su bravura, los tarascos opusieron férrea resistencia a los mexicas y, gracias a su poderío bélico, lograron contenerlos en sangrientas batallas.
El Occidente, sin embargo, era mucho más diverso. Más allá del río Lerma, la tierra estaba habitada por señoríos pequeños y autónomos, cada uno con su propia lengua y costumbres. En esta región habían florecido antiguas tradiciones: la cultura Teuchitlán, con sus guachimontones circulares y sus campos de cultivo irrigados; la cultura Chalchihuites, que dejó tras de sí fortalezas y los primeros tzompantlis donde se exhibían cráneos de enemigos; y la cultura Aztatlán, que unió durante siglos la costa de Sinaloa con Nayarit, tejiendo lazos con el corazón de Mesoamérica. Todas estas herencias configuraron un mosaico de pueblos, lenguas y señoríos que, al llegar los conquistadores, ofrecía un panorama complejo y fragmentado.
Los españoles encontraron en Occidente ciudades grandes y señoríos pequeños, algunos gobernados por jóvenes señores, otros con el poder dividido entre distintos linajes. La economía giraba en torno al maíz, al frijol, a la sal y a los productos del mar, pero sobre todo al comercio, que llevaba turquesa, cacao, algodón, plumas y conchas hasta regiones lejanas, incluso al actual suroeste de Estados Unidos. Esta red comenzó a desmoronarse con la caída de los grandes centros mesoamericanos, antes incluso de la llegada de los propios españoles.
Tras la derrota de los mexicas, los tarascos decidieron someterse sin luchar. Cristóbal de Olid entró en Tzintzuntzan en 1522 y desde ahí partió hacia Colima, donde encontró dura resistencia. Gonzalo de Sandoval tuvo que emprender una nueva campaña en 1523 para conquistar esas tierras, mientras Francisco Cortés exploraba la costa hasta llegar a Jalisco y Nayarit. Pero la verdadera conquista del Occidente se dio entre 1529 y 1531, cuando Nuño de Guzmán sometió a la región y fundó el reino de Nueva Galicia. A pesar de esto, la resistencia indígena no desapareció: la Guerra del Mixtón en el siglo XVI y la resistencia de la Sierra del Nayar, que perduró por dos siglos más, recordaron a los conquistadores que el Occidente era una tierra difícil de someter por completo.



