La casa vacía
de Rosario Castellanos
Yo recuerdo una casa que he dejado.
Ahora está vacía.
Las cortinas se mecen con el viento,
golpean las maderas tercamente contra los muros viejos.
En el jardín,
donde la hierba empieza a derramar su imperio,
en las salas de muebles enfundados,
en espejos desiertos
camina,
se desliza la soledad
calzada de silencioso y blando terciopelo.
Aquí donde su pie marca la huella,
en este corredor profundo y apagado
crecía
una muchacha,
levantaba su cuerpo de ciprés esbelto y triste.
( A su espalda crecían
sus dos trenzas igual que dos gemelos ángeles de la guarda )
Sus manos nunca hicieron otra cosa más que cerrar ventanas.
Adolescencia gris con vocación de sombra,
con destino de muerte:
las escaleras duermen,
se derrumba la casa que no supo detener.
El poema de “La casa vacía” forma parte del poemario De la vigilia estéril (1950),
encantador texto en el que encontramos versos conmovedores como los siguientes:
“Soy hija de mí misma.
De mi sueño nací.
Mi sueño me sostiene…
En mi genealogía
no hay más que una palabra:
soledad.”
…
“Mírame despeinada en un rincón
cómo arrullo un juguete ceniciento
doy el pecho a un fantasma pequeñito
mientras la araña teje su tela de humo espeso.
Mírame, abrí una puerta
y me perdí en la torre del viento.”
Rosario Castellanos (1925-1974), en el principio es una enorme poeta. Todas deberíamos llevar sus poemas ocultos en nuestros bolsillos y leerlos de vez en cuando.
Ella, que nació en la ciudad de México y fue una solitaria niña comiteca, que murió a
los 49 años de edad tras un accidente doméstico en Tel Aviv, ella es hoy mismo, la
escritora mexicana más célebre y mencionada después de Sor Juana ( 164?-1695 );
tan ingeniosa y satírica la una como la otra. Igual que Juana Inés de la Cruz, Rosario
fue docta y muy perceptiva, mantuvo una mirada analítica, una conciencia de su
entorno y de las desigualdades sociales entre hombres y mujeres.
Su primer poemario, Apuntes para una declaración de fe, vio la luz en 1947. Con éste y
otros poemarios posteriores, en el año de 1972, se publicó la compilación de poesía
más extensa de Castellanos, Poesía no eres tú. Ella fue parte de la Generación del 50,
representada por Jaime Sabines (su paisano chiapaneco); además perteneció al Grupo
de los 8, junto con Dolores Castro y otros famosos poetas mexicanos y
centroamericanos, que tenían sus tertulias en el Café de la Casa de Mascarones.
La también profesora universitaria hizo periodismo cultural, indigenismo, desarrolló el
proyecto de “Teatro Petul” y fue diplomática internacional. Escribió cuento, novela,
teatro, ensayo y por supuesto, poesía; ganó importantes premios literarios; se casó en
1958 con su gran amor, el filósofo medio guatemalteco, Ricardo Guerra, otro importante
personaje de la fac de Filos en la época, (del que se divorció en 1971); fue madre de un
niño al que llamaron Gabriel. Su momento más intenso se dio en el contexto de los
rebeldes años sesentas: al mismo tiempo en que comienza a publicar novela y cuento,
Rosario trabaja como jefe de información y prensa en la UNAM, con el doctor Ignacio
Chávez, después comienza a dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras, donde
había estudiado. La Castellanos está siempre en el centro de la acción y tiene el don
para escribir lo que percibe de manera luminosa. Teclea para la prensa, está al día,sabe lo que pasa en su país y en el mundo. Ella es generadora de actos culturales endonde se va volviendo la pieza principal, a tal punto que en 1971 es nombrada embajadora de México en un país de Oriente Medio, de cuyo nombre no quiero acordarme.
Muchos estudiosos han dedicado su trabajo, su tesis y su investigación a la obra
poética y narrativa de Castellanos y diferentes compañías han puesto en escena su
teatro. Entre los primeros textos sobre la autora encontré los títulos, Rosario
Castellanos Mujer que supo latín ( 1984 ), de Perla Swarchtz; Señas particulares:
escritora ( 1987 ), de Fabienne Bradú; también Elena Poniatowska hizo una biografía
de ella, incluida en su libro Ay vida no me mereces, publicado en 1986.
Castellanos fue catalogada como indigenista, y el indigenismo en su contexto histórico, era una filosofía influenciada por el espíritu campesino y agrarista de la Revolución Mexicana ( 1910-1917), que se concretó en una política de Estado que buscaba respetar la forma propia de gobierno de los pueblos. Más allá de etiquetas, su interesante perspectiva del mundo indígena en relación con el ladino en Chiapas, está
maravillosamente expresada en sus novelas Balún Canan ( 1957 ) y Oficio de tinieblas
( 1962 ), así como en Ciudad Real ( 1960 ) una colección de cuentos. Tres libros ganadores de relevantes reconocimientos literarios en México.
La Castellanos era también una aguda pensadora feminista. Feminista por convicción y
por oponerse a su condición de género en un país como México (paradigma de
machismo que a la postre se volvió un país feminicida). Ella en cambio, como mujer y
desde su ser mujer, fue electricidad en el cerebro de la máquina creativa; fue pensamiento lúcido y justiciero durante los convulsos años pletóricos de movimientos
sociales, guerrillas urbanas y campesinas o revueltas estudiantiles, en un México que
igual que nuestra Rosario, ya se nos fue.
Sin embargo, una ola de Rosario Castellanos inunda las modas lectoras mexicanas en los últimos meses. A la Castellanos se le menciona cada día más en páginas de cultura y en cuentas de redes sociales que venden libros o escritura. Este año de 2024 se cumplieron 50 años de su muerte y sus lectores esperan una celebración en 2025, a cien años de su nacimiento. A contra parte, en México no se han re publicado las obras castellanas desde hace ya varios años (editadas por el Fondo de Cultura Económica). Una excepción de coyuntura está en la UNAM. El alma mater prepara la edición y próxima publicación de una colección de cartas escritas por Castellanos a Ricardo Guerra, (que estuvieron a resguardo de un amigo común), publicadas por primera y única vez en 1996 (12 años después de su muerte). Esta segunda edición universitaria será sin duda un éxito editorial. Las cartas son buenísimas: la vida desde la escritora íntima que fue Rosario, cartas de amor escritas para querer ser leídas. Quizá lo que me disgusta un poco es que desde las instituciones no se gestione para volver a publicar las tremendas obras que representan a esta escritora, como la pensadora que cuestiona e interpela a la sociedad.
Y es que leerla es como abrir un tercer ojo en la conciencia y en la imaginación. De todas nosotras, hoy y mañana, Rosario Castellanos Figueroa es maestra, precursora, influencia definitiva y es la cómplice de un dolor en nuestro lado femenino con su regalo exuberante de palabras floridas. Fue quizá la primera escritora que con su método pedagógico nos colocó frente a la farsa de las relaciones entre mujeres y hombres; siempre bajo la premisa de obtener algo uno del otro. Por Castellanos aprendemos que aunque a las mujeres les toca perder en el intercambio de favores con los hombres, ellas también juegan a controlar a los suyos, a competir con sus propias hijas y a reproducir el machismo, a cambio, por supuesto, de cierto poder. En su literatura crítica, Rosario voltea los papeles o los roles de mujeres y hombres para evidenciar el juego de la desigualdad en el trato; y deja ver la astucia e inteligencia negada de las mujeres de todos los tiempos. Este feminismo de combate simbólico y autocrítico está plenamente expresado en su obra, de la que aquí solo hago referencia a dos libros clave: Mujer que sabe latín, de 1973 y El eterno femenino, su última creación, extraordinaria y auto consciente farsa teatral publicada pos mortem, en 1975 y escrita por encargo de una actriz y su marido director, quienes logran ponerla en escena en 1976. La pieza, plenamente clara del lenguaje teatral, es una divertida y espectacular reflexión sociológica, un cuestionamiento de género, una postura irreverente ante la historia oficial masculinizada. La introducción la escribió Raúl Ortíz y Ortíz, destacado traductor que formaba parte del círculo de amistades de la escritora. El texto de Ortíz, sin duda la referencia a Castellanos más citada, copiada y utilizada por los reseñadores de la obra, asegura que El eterno femenino es “el fruto acaso más jovial y ameno de su creación literaria”. Leerla es un júbilo que nos provoca un efecto como de caída de máscaras.
Muy recomendable también es la lectura activa de Mujer que sabe latín, sobre todo si
te gusta la literatura que se teje con hilo feminista. Es decir, el relato que enfoca un
nuevo sujeto: la mujer, la escritora, la que piensa, la que hace preguntas, la que
desobedece y engaña, la que busca y se mira así misma intentando no morir en el
intento. En este interesante compilado de ensayos Castellanos esboza una hipótesis
fundamental, la de que mientras un hombre (aunque no sea feliz) puede realizarse
como persona dentro de la sociedad machista, una mujer en cambio, ni siquiera es
considerada a cabalidad una persona, sino más bien un mito, una idea malévola de la
que se debe desconfiar, una figura de la que se exalta su belleza de cánones masculinos y su completa sumisión al dominante. Estamos ante la gran hipótesis rosariana de que las mujeres, de la vida o de la literatura (como Ana Karenina), solo son auténticas personas, cuando transgreden el orden moral. Un orden que produce mujeres “inválidas”; «cosas» al servicio de otros intereses, sin pensamiento propio; mujeres con una ignorancia radical de lo que sucede en el planeta y en su cuerpo. Entonces, cuando la mujer quiere ser persona en el mundo machista, enfrenta las imposiciones sociales y solo lo logra en la medida en que el sistema se lo permite, o bien a costa del castigo y la represión a su osadía de ser ella misma.
No sé qué diría la psicología de esto pero cuando leo a Rosario siento que es mía, que
me dice algo a mi. De pronto es una sensación de imágenes oníricas, las cortinas al
viento de una casa abandonada, una niña solitaria en el confín de la tierra que
descubre el alfabeto y lo recita para no llorar a un niño muerto. Otras veces es una
idea, limpia y definida idea que me hubiese gustado haber pensado yo. Salgo a la calle
gritando -¡Todas somos Castellanas!- Me encanta cómo escribe, cómo sabe que sabe,
se jacta, se burla, a todo le pone un toque de ironía, vaya, te das cuenta que cuando tú
vas ella viene.