En este mes de julio, los textos que convergen en La Plaza nos colocan frente al espejo: uno que refleja no solo nuestros rostros individuales, sino también los temblores del tiempo en que vivimos. Hay un hilo conductor que atraviesa todos los artículos: la urgencia de detenernos, de recordar, de cuestionar lo que damos por hecho. De nombrar lo que nos atraviesa, desde el cuerpo hasta la tecnología, desde la historia hasta la fe.
Abrimos con un zumbido. El que describe Eva Monroy en Zumbido en el vacío: la pérdida de memoria que devora a un hombre que solo quiere terminar de escribir su historia. En contraste, Epitafio nos muestra la confesión contenida de un hombre marcado por el alcohol y el dolor de la despedida. Dos piezas que gritan, desde el silencio, que escribir es resistir al olvido y a la muerte.
En el plano del cuerpo, Susana Caracheo, en La angustiante eyaculación precoz, nos confronta con el mandato masculino de la velocidad, incluso en el sexo. Su enfoque terapéutico invita a reconectar con el placer desde la pausa, el goce y la ternura. Un texto que habla no solo de sexualidad, sino de cómo habitamos el tiempo.
Y hablando de tiempo: el que vivimos es líquido. Como bien analiza el artículo sobre la sociedad líquida, vivimos en una era de vínculos frágiles, relaciones descartables y emociones de consumo rápido. El amor, la amistad y hasta la identidad se diluyen entre pantallas, likes y desconexiones súbitas. ¿Cómo sostenernos entre tanto cambio? La respuesta parece ser: con vínculos más conscientes y menos instantáneos.
En esa lógica, El nombre del juego nos advierte: desconfía. Vivimos bajo una amenaza constante de fraudes digitales potenciados por la inteligencia artificial. El nuevo delito es emocional, sofisticado y personalizado. En este mundo hiperconectado, la recomendación no es solo tener antivirus, sino cuidar nuestros datos… y nuestras emociones.
Pero no todo en julio es presente convulso. También hay espacio para mirar el pasado y preguntarnos por sus implicaciones. En El papel de los tlaxcaltecas en la conquista de Tenochtitlán, se desmonta el mito del “traidor indígena” y se expone la complejidad de una decisión estratégica frente a un imperio opresor. La historia, como la identidad, es un campo de disputa.
En el plano espiritual, El verdadero significado del Mesías y la cruz de Cristo nos recuerda que el cambio profundo no se impone con violencia, sino con entrega y amor. Una lectura potente en tiempos donde el poder suele disfrazarse de salvación.
Mar Amor, la novela de Gloria Ariceaga, y Por la punta de la nariz… ganó la presidencia, obra teatral con Roberto Sosa, dialogan desde el arte sobre los quiebres internos que arrastramos. Graciela, la protagonista de la novela, se hunde y resurge de una relación tóxica; mientras que el presidente ficticio de la obra no puede hablar en público por un trauma no resuelto. Ambas ficciones nos recuerdan: lo que no se enfrenta, nos gobierna.
Así, julio en La Plaza nos propone una lectura transversal: estamos hechos de memoria, cuerpo, emociones, decisiones e historia. Pero también de fragilidad. Y es precisamente en esa vulnerabilidad donde puede nacer la potencia del cambio, de la resistencia, de la comunidad.
Porque en un mundo que nos quiere veloces, líquidos, dóciles y desmemoriados, leer, escribir y reflexionar es un acto de rebeldía.
Y en La Plaza, la rebeldía es siempre bienvenida.