Entre la ausencia y el anhelo, entre los vivos y sus fantasmas, Todos somos extraños propone una de las historias queer más conmovedoras del cine reciente.
Un encuentro en la torre del silencio
En una torre de departamentos casi vacía, suspendida, Adam (Andrew Scott), guionista, sobrevive entre el duelo, la introspección. Una noche, la rutina se rompe: Harry (Paul Mescal), vecino enigmático —y por ello sospechoso para Adam— irrumpe con una timidez urgente. Lo que empieza como un vínculo físico se transforma en viaje: al deseo, al abandono, a las heridas que aún laten bajo la piel.
Entonces, también el silencio espectral de la torre se resquebraja, permitiendo la entrada de los sonidos, de la música. ¡Y qué música! Always on My Mind en la versión de Pet Shop Boys, junto con otros temas icónicos, se entreteje con la partitura original de Emilie Levienaise-Farrouch, creando una atmósfera sobrecogedora.
Una química que sostiene
La conexión entre Scott y Mescal no tiene fuegos artificiales. Es sutil, incluso doméstica. Como dos náufragos que llegan a la misma isla, se reconocen en el silencio, en la pausa, en el cuidado. En este mundo anestesiado y solitario, ese vínculo es un milagro. Como dice Paul Mescal:
“Se gustan. Pero luego va más allá, porque encuentran verdadera conexión.”
Andrew Haigh, el director de Weekend y 45 Years, vuelve a demostrar su don para capturar lo invisible: los cuerpos que se reconocen, las pausas que expresan más que cualquier diálogo, las miradas que hablan de todo lo que no se puede decir.
Hito íntimo del cine queer
Celebrada en Telluride, nominada a los BAFTA, y elegida Película del Año por la Society of LGBTQ Entertainment Critics, All of Us Strangers va más allá del reconocimiento. Su valor está en lo íntimo: muestra un amor queer que no pide permiso, que no necesita justificarse, que existe —así, con toda su fragilidad, su deseo y su nostalgia. Así, ¡con todas sus letras!
La cinta, de 2023, se atreve a mirar de frente las pérdidas e invita a todas las personas —queer o no— a reconocer sus propias heridas y sus modos, a veces “extraños”, pero bellísimos, de amar.
Cine queer: del margen al alma
All of Us Strangers pertenece a esa constelación de películas que, en los últimos años, han redefinido el cine LGBTQ+ desde la emoción y no desde el deber:
Call Me by Your Name (Guadagnino) nos habló del deseo adolescente como revelación y desgarro.
Moonlight (Barry Jenkins) tejió la fragilidad masculina con hilos de poesía visual.
Queer (la adaptación de Guadagnino) explora la obsesión como forma de lenguaje.
Última escena: un abrazo fantasmal
Quizá la imagen que condensa toda la película sea ese abrazo imposible, envuelto en The Power of love de Frankie Goes to Hollywood como fondo. Un abrazo que no pertenece a este mundo. Y, sin embargo, ahí estamos también nosotros, los espectadores, que hemos amado desde la herida, sabiendo que ese gesto busca retener lo efímero, habitar la ternura aunque sea un instante.
Ese abrazo es una aspiración: fundirse en el otro, brillar por un momento como una estrella del firmamento humano, y que a través del amor —aunque sea breve, aunque duela— toquemos algo que parezca eterno.
All of Us Strangers no es solo una historia de amor. Es una invitación a habitar por una hora y cuarenta y cinco minutos la extrañeza. A reflejarnos en ella sin miedo. Y, desde ahí, tal vez aprender a mirar al otro —antes de juzgar— con una tolerancia amorosa.